¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria[1].
Fiel a las famosas y no menos tergiversadas palabras del líder falangista encontramos apoyo y sustento en dar a conocer una de las facetas personales que el propio José Antonio mantuvo a lo largo de su corta vida. Y que a su vez nos aleja de la imagen postulada desde las esferas oficiales empeñadas en presentarnos a un José Antonio rallando en la santidad y bonhomía del personaje terrenal y real que en realidad fue.
Apasionado y fiel defensor del Honor y la Justicia, con mayúsculas, la corta, más no por ello excitante e intensa, vida de este apasionado joven abogado, fue ardiente, fiel y consecuente practicante de su credo ideológico.
No cabe duda de que José Antonio podría ser definido por su apasionamiento, su ímpetu y su ardoroso afán en defender el honor y la justicia para con los suyos, fuesen familiares, amigos o simples camaradas del movimiento falangista creado y encabezado por él.
Controvertida figura en la historia de España, manipulada por unos y otros, su ardor juvenil, su actitud, su pensamiento y su compromiso.
Segado de cuajo por la inherente violencia, que marcó el advenimiento del turbulento periodo desarrollado durante el breve tiempo que subsistió la conocida como II República.
Muchas son las vicisitudes vividas en su corta vida, algunas de ellas casi desconocidas como es la pelea a puñetazos entre el propio José Antonio y el teniente general de Caballería Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (Tordesillas 1875 – Sevilla 1950) en 1930.
No sería esta la única ocasión que José Antonio se vería envuelto en algún tipo de acto que demostrara la vehemencia frente a los actos ofensivos o vejatorios para con los suyos; dentro de ellos especial característica tiene el protagonizado al anochecer del 9 de febrero de 1930 en el Café Lyon D’Or[2].
Todo parece indicar que la controversia se originó por la redacción y envío, por parte del teniente general Queipo de Llano, de una carta de carácter ofensivo a José Primo de Rivera y Orbaneja, tío de José Antonio.
Dado el carácter ofensivo y humillante de las palabras vertidas por Queipo de Llano hacia el anciano tío de José Antonio, éste decidió solicitar explicaciones y aclaraciones a su vez al redactor del escrito, personándose en el domicilio del teniente general, y ante las evasivas maniobras por parte de Queipo de Llano, decidió, sabedor de que éste participaba en una de las tertulias en el Café Lyon D’Or se personó acompañado por su hermano Miguel y su primo Sancho Dávila en dicho local para obtener las consecuentes satisfacciones por los insultos proferidos contra su anciano tío.
No queda claro si tras mostrar la carta o si al ser reconocida la autoría de la redacción, fue Queipo de Llano quien intentara agredir con un grueso bastón; lo cierto y reconocido por el propio José Antonio es que llego a propinar un golpe en la cara.
Iniciándose así una refriega entre los contertulios y amigos de Queipo de Llano y José Antonio, su hermano y su primo.
Dada la situación militar de José Antonio, en 1923 había ingresado como soldado voluntario de un año en el Regimiento de Caballería número 9, “Dragones de Santiago” en Barcelona; a los dos meses de servicio, septiembre de 1923, era ascendido a cabo; después trasladado al Regimiento de los Húsares de la Princesa con guarnición en Madrid donde concluiría con las obligaciones del deber militar habiendo ascendido al empleo de alférez de complemento.
El incidente del Café Lyon D’Or y la circunstancia del enfrentamiento entre un militar de alta graduación como era Queipo de Llano y la situación en activo como alférez de complemento que concurrían en los hermanos José Antonio y Miguel Primo de Rivera y su primo Sancho Dávila motivaron que el pleito presentado se dilucidara la vista en un Consejo de Guerra reunido a las diez de la mañana del 18 de marzo de 1932 en la Escuela Superior de Guerra.
Formado el tribunal del Consejo de Guerra, bajo la presidencia del general de brigada Federico Caballero y de los vocales, los generales de brigada Eusebio Loriga, José Carnicero, Alejandro Angosto, Eduardo Agustín y el coronel Manuel Ulanos, actuando como vocales suplentes los coroneles Adolfo Roca y Carlos Leret, mientras que el vocal ponente recaía en el auditor de brigada Francisco Corniero, mientras que como fiscal auditor de brigada intervenía Cayo Ortega.
Ante tal tribunal militar comparecían los hermanos José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia y su primo Sancho Dávila y Fernández de Celis, asistidos en su calidad de defensor el Francisco de Urzaiz y Guzmán sometidos al delito calificado por el fiscal como “hecho de atentado a la disciplina militar” por lo cual era solicitada la pena de pérdida del empleo para todos los encartados.
Tras los correspondientes alegatos presentados por la defensa y lo que el propio José Antonio procedió a calificar como “una cuestión de honor sin agravio a la disciplina” y retirado el Consejo a la deliberación secreta se hizo pública la sentencia el 29 de marzo de 1932.
Sentencia que concluía en “que debemos condenar y condenamos al procesado don José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia como autor de un delito consumado de insulto de obra a un superior, fuera de acto de servicio y sin armas ni instrumentos ofensivos de ninguna clase, previsto y penado por el artículo número 261, párrafo primero, del Código de Justicia militar, en el que concurren las circunstancias agravantes de premeditación y las atenuantes de arrebato y obcecación y vindicación próxima de una ofensa grave, de escasa perversidad del delincuente, todas muy calificadas, a la pérdida de empleo y efectos legales correspondientes no siéndole de exigir responsabilidad civil alguna. Y que absolvemos a los procesados don Miguel Primo de Rivera y Sáenz de Heredia y don Sancho Dávila y Fernández de Celis por falta de pruebas de que hubieran ejecutado el hecho perseguido”
Pendientes de que dicha sentencia fuera revisada por la Sala sexta del Tribunal Supremo de Justicia, el 12 de octubre de 1932 se dio a conocer la confirmación de la sentencia por parte de la Sala sexta sobre la emitida por el Consejo de Guerra confirmando así la pérdida del empleo de alférez de complemento de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia a la vez que se iba fraguando una larga lista de enemistades contra el futuro Jefe Nacional de Falange.
Pese a ser utilizado como mártir y símbolo de la España surgida como consecuencia de la sublevación cívico-militar y la posterior Guerra Civil, José Antonio Primo de Rivera jamás fue repuesto en su graduación militar de alférez de complemento del Ejército español.
[1] José Antonio Primo de Rivera. Discurso pronunciado el 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid.
[2] Establecimiento madrileño, considerado como la cervecería más elegante de Madrid, situado en el número 18 de la calle de Alcalá se inauguró en 1898 siendo reconocido y recordado por sus tertulias de la bohemia literaria a la cual asistían algunos de los miembros de la llamada generación del 98 en 1962 vió el cierre de sus puertas para reconvertirse en la Cafetería Nebraska.
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